China nunca estuvo entre mis planes. Ya por falta de conocimiento, ya por intereses personales, la idea de viajar a ese país no cruzaba mi mente. Si acaso, veía la posibilidad como una opción al final de la lista de cosas por hacer antes de morir. Sí, así era.
Un día, sin verla venir, se me presentó la oportunidad. Sin vacilaciones la tomé. Estaba decidido: viajaría a China.
De los pormenores, nada sabía. Tampoco tenía la más mínima idea de qué esperar cuando llegara, o qué cosas debería traer conmigo. Inmediatamente acudí al gurú de todos (Google) y le pregunté todas mis dudas. Una avalancha de información me dejó tirada en la incertidumbre, pues, así como encontré artículos y sitios muy útiles, también me topé con un montón de mitos y rumores que me dejaron peor.
Sobre mi ciudad destino, realmente no hallé gran cosa. Encontré fotos y datos acerca de los lugares para visitar, la comida típica y datos de ese estilo. Recuerdo claramente que pensé que parecía una ciudad de cuento, lo que me dio tremenda emoción. A los pocos días, unos conocidos coreanos me dieron toda clase de consejos, que la verdad, me preocuparon un poco.
Cuando por fin llegué a Kaifeng, lo primero que se me vino abajo, fue la imagen que había construido en mi mente sobre el lugar. En general, China es un país lleno de avances tecnológicos que se funden con milenarias tradiciones en una suerte de rompecabezas, en ocasiones, difícil de resolver para el visitante.
En las fotos que había encontrado, se veían edificios muy antiguos y gente caminando en las calles con los típicos sombreros en forma de cono. Sin embargo, pasaron muchos días hasta que pude ver a alguien de carne y hueso usando uno de esos.
En realidad, el lugar me recordó muchísimo a las ciudades mexicanas en las que crecí. Las grandes avenidas con camellones a los lados, las glorietas con imponentes monumentos o fuentes, los edificios de concreto, las banquetas adoquinadas, y los puestos de comida callejera.
Poco a poco los detalles que le dan su personalidad se me fueron presentando. Por ejemplo, los leones de piedra o mármol a cada lado de las entradas a lugares públicos, las figuras de dragones en el decorado de las calles, y el color uniforme de los edificios que se alzan a diestra y siniestra, así como la forma imponente de los edificios de gobierno que me siguen recordando a Orwell. Y ahí mismo, encapsuladas en la modernidad, hermosas construcciones de estilo tradicional y antiguo, puentes de ensueño, pequeños carruajes típicamente decorados y tirados por un conductor montado en una bicicleta, faroles que iluminan todas las avenidas y plazas. Y lo más importante, la gente que puebla el paisaje con su forma muy peculiar de ser y de vestir.
Kaifeng no es una gran ciudad, si se le compara con Beijing o Shanghái, y conserva muchas tradiciones que en otros lugares se han ido perdiendo. Como suele pasar en todos lados.
A lo largo de dos años, he aprendido algunos “trucos” que me han hecho la vida más fácil, y que creo te pueden servir en caso de que estés planeando visitar China. Sobre la comida, las costumbres, los lugares, los requisitos, bueno, pues de esos temas hay mucho en la red. Yo te diré lo que a mí me hubiera gustado que alguien me dijera antes de venir.
Ven con la premisa de que no sabes nada, y mantén una mente abierta. No te dejes llevar por lo que te han dicho de China.
Constantemente escucho a extranjeros –e incluso, a mí misma cuando recién llegué– decir “¡Qué raros son los chinos!”, quejándose constantemente de cómo las cosas son hechas, y de cómo esto o aquello está mal y cómo no debería ser así, porque en tal o cual país, todo es mejor.
Como viajeros, el respeto es primordial. Ya sea que tus propósitos sean turísticos, familiares o de trabajo, es muy importante mantener una actitud respetuosa y moderada a donde quiera que vayas.
Los chinos no son “raros”, simplemente, son diferentes a nosotros. Y si realmente estás interesado en conocerlos, a ellos y a su cultura, entonces imagínate que desde que llegas aquí, te pondrás unas gafas con las que verás el mundo con diferentes ojos.
No hagas ley lo que funciona en tu país o en otros lugares
China, es un país enorme, con una gran diversidad lingüística y cultural. Y creo que, uno de los grandes retos para el extranjero es la barrera del lenguaje. No solo por la diferencia del idioma, sino porque, así como el chino en nada se parece al español o al inglés, en bastantes ocasiones, tampoco los ademanes o señalamientos que usamos para comunicarnos significan lo mismo.
A fuerza de prueba y error, he ido entendiendo que tengo que poner más atención a lo que sucede en torno a mí, para poderme comunicar efectivamente sin usar palabras, que al uso mismo de traductores o diccionarios.
Mantén la calma. Observa y adáptate
Sobre todo, cuando visitas lugares no muy cosmopolitas, ten en cuenta que para muchas de las personas que te verán, serás probablemente el primer extranjero que ven en sus vidas. Por lo que, seguramente, te seguirán con la mirada hasta que les sea posible, y en ocasiones hasta querrán tomarse fotografías contigo. Esto puede resultar muy incómodo, pero simplemente, trata de no prestar demasiada atención, especialmente a las miradas. No lo tomes a mal. No te exaltes.
También, recuerda que las costumbres no son iguales en todos lados, y que, como visitante, si quieres pasar por el menor número de frustraciones, lo mejor es observar y adaptarte. Entonces, además de las miradas que te siguen por todos lados, probablemente te topes con el gran reto de las filas para ingresar a lugares o tomar el tren.
En estos casos, mantén la calma. Analiza el sistema, y síguelo. No adoptes un comportamiento agresivo, simplemente avanza firme y constantemente. De lo contrario –como me solía pasar al principio– no llegarás a ningún lado.
Espera lo inesperado
Si estarás en China por más de dos semanas, verás que aquí todo cambia a una velocidad impresionante, y si eres de los que están obsesionados con hacer planes, mejor relájate y prepárate para “dejar ir”. Evítate frustraciones tratando de controlar cada paso que das. Observa a tu alrededor, y trata de no ir contra la corriente, siempre tomando en cuenta que eres visitante.
En fin, ya será en otra ocasión que te cuente más acerca de los lugares que he visto y las experiencias que he tenido.
China, su gente y su cultura me han enseñado mucho. Aquí, tratando de desentrañar y comprender a “los otros”, me he llegado a conocer mejor a mí misma, y me he dado cuenta de que, al final del cuento, a pesar de todas las diferencias que existen, no somos tan diferentes.
Fotos: Tatiana Oseguera
Si te interesa conocer más de lo que escribe o sobre el trabajo de Tatiana Oseguera, búscala en www.tintascultura.com o en www.teachtintas.com